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El lado oscuro de Google

Creative commons CC BY-NC-ND (Reconocimiento/NoComercial/SinObraDerivada Libro, publicado en papel o digital. En bookcamping
2010 Colectivo Ippolita / Virus

Entre las bondades que Google difunde de sí misma no están las 133 webs censuradas en Europa, el sometimiento a las presiones censoras del Gobierno chino o la cancelación de la publicidad del grupo ecologista Oceana 36 para evitar problemas con uno de sus inversores: la Royal Caribbean Cruise Lines. Solo tres ejemplos de como Google Corporation viola los principios de neutralidad y libertad de acceso y expresión en la Red para salvaguardar sus propios intereses.

La imagen sobria y luminosa de su página principal oculta un reverso más prosaico y turbio en el que se adentra El lado oscuro de Google. «Don’t be evil» (no seas malo), el lema de cabecera de la multinacional que quiso ser un «gigante bueno», entra en abierta contradicción con la agresividad de su política empresarial. El fichaje multimillonario del directivo de Microsoft Kai Fu-Lee, depositario de importantes secretos industriales, o la oferta de 50 millones de dólares a AOL a cambio de romper su contrato con Yahoo!, muestran hasta qué punto Google ha asimilado las reglas de juego de las grandes corporaciones.

Pero en su estrategia de expansión, Google también se aprovecha de la filosofía del software libre para su propio beneficio. Hace un uso selectivo del código abierto para modificar programas cuyas mejoras no hace públicas, pone a disposición libre de los programadores herramientas que le permiten controlar y apropiarse del trabajo realizado con ellas, y ofrece a sus trabajadores un 20% del tiempo de trabajo para investigaciones propias, que pasan a ser propiedad exclusiva de la empresa.

Desde que en 1996 Larry Page y Sergei Brin desarrollaron uno de los algoritmos más famosos y mejor guardados del mundo, el Page Rank(TM), Google ha consolidado su carácter de gran empresa hasta convertirse en el principal aspirante al monopolio de la información en la era digital. Esto, en parte, ha sido posible gracias a los gigantescos ingresos proporcionados por un modelo de publicidad personalizada, basada en los perfiles que la máquina Google dibuja de los usuarios, utilizando el rastro que éstos dejan con el empleo diario del buscador y otros servicios de uso gratuito. El colectivo Ippolita muestra la clara ambición hegemónica de Google y, con ella, uno de los principales peligros de nuestra era: la concentración en unas pocas manos del acceso a la información y la tecnología, poniendo en riesgo un sinfín de derechos ya coartados en el mundo material y seriamente amenazados en el espacio virtual.