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La contracultura a través de los tiempos

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2005 Ken Goffman / Anagrama

La idea de este volumen surge de una serie de conversaciones mantenidas entre Timothy Leary y Dan Joy, amigo de Ken Goffman, en 1994. Dos años antes de su muerte, Leary ya no era el activista contra la guerra de Vietnam al que Richard Nixon, en plena presidencia del gobierno norteamericano, le había etiquetado desde la Casa Blanca como “el hombre más peligroso de América”. Leary transmitió a sus jóvenes amigos Joy y Goffman su preocupación por dar a la contracultura una legitimidad que se apoyase en las teorías del premio Nobel de Física Ilia Prigogine sobre la termodinámica y la teoría del caos. De este modo la contracultura vendría a ser una zona de turbulencia en la que las estructuras cambian, se transforman o llegan incluso a desaparecer. Al final, fallecido Timothy Leary y siendo muy escasa la contribución de Dan Joy, el presente volumen ha quedado como una obra de Ken Goffman. Autor con Leary de su último libro, Design for Dying (Diseño para la muerte), Goffman -conocido también por su alias R. S. Sirius de cuando era un tecno-hipster- aprendió de su maestro la importancia mediática de la acción política. En el año 2000 se presentó como candidato del Partido de la Revolución a las elecciones presidenciales norteamericanas. De ahí sacó un libro con el que nutrir un currículum cuajado de publicaciones y apariciones en público. Como el título de esta obra sugiere, su pretensión es ofrecer una panorámica histórica de la contracultura. Para ello Ken Goffman ha recurrido a un juego de espejos entre los conceptos de cultura y de contracultura que ha ido desgranando a lo largo de las tres partes que articulan este volumen. En la primera se analiza la importancia del mito en la formación de las distintas contraculturas y se examinan las historias míticas de Prometeo y Abraham. Al robar el fuego de los dioses para dárselo a los hombres, Prometeo actúa como los jóvenes piratas informáticos que desvelan secretos para que el conocimiento se expanda. El rebelde Abraham representa para Goffman el “germen de una religión de exilio y disconformidad”. Al hilo de esta reflexión el autor considera, citando al rabino reformista Arthur Hertzberg, que “el judaísmo es una contracultura eterna”. En esta primera parte se busca definir los elementos que identifican lo contracultural. El término contracultura se fue acuñando a lo largo y ancho de la rebelión juvenil de los años sesenta y quedó incorporado definitivamente a la terminología de los medios de comunicación de masas cuando en 1968 Theodore Roszak publicó El nacimiento de una contracultura (Kairós lo editó en España en 1970). Tal como recoge con acierto Ken Goffman en esta primera parte, la pretensión de Roszak fue entender el sentido de las subculturas juveniles de esos años, sobre todo la hippie estadounidense. Roszak analizó las ideas, creencias y actitudes que se oponían a la cultura dominante caracterizada por el capitalismo, protestantismo y militarismo. Al mismo tiempo incardinó valores de la contracultura como tolerancia, hedonismo o espiritualismo en aquellos que abandonaban la sociedad establecida y elegían lugares alternativos para vivir. La contracultura debía entenderse también como un abanico de nuevas prácticas sociales tales como el consumo de drogas, la liberación sexual o la concepción de una nueva educación menos opresiva y más creativa. Tras definir los elementos que caracterizan lo contracultural, la segunda parte de La contracultura a través de los tiempos recorre las distintas contraculturas que a lo largo del tiempo han ido emergiendo desde el año 500 a. C. hasta comienzos del siglo XX. Ken Goffman arranca con Sócrates y la filosofía griega, examina el taoísmo y se detiene en la contracultura zen, antes de analizar la influencia del sufismo en el islam medieval. Las páginas dedicadas a los trovadores provenzales dan paso a la gran revolución cultural y política: la Ilustración de los siglos XVII y XVIII. Por último, la referencia a los trascendentalistas norteamericanos y al París bohemio de comienzos del siglo XX, que constituye el espacio del dadaísmo, el cubismo y el surrealismo. A lo largo de esta segunda parte el autor hace desfilar en sus páginas a la llamada Generación Perdida de los Henry Miller y Anaïs Nin. La tercera parte de este volumen es la más novedosa y potente. Arranca, finalizada la II Guerra Mundial, con el mal sabor de boca que dejan las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y examina las distintas contraculturas que desde los hipsters norteamericanos han ido floreciendo hasta la aparición en los noventa de los ciberpunks y los militantes de la antiglobalización. En esta última parte, la figura de Timothy Leary se hace muy presente y no deja de tener la capacidad de desgarro que siempre tuvo éste, por más que en sus últimos años prefiriera la idea de Heisenberg de que cada persona crea su propia realidad. Se ha escrito con visos de certeza que en la dieta, dos meses antes de morir, del Leary reconvertido en cibergurú no podían faltar tres tazas de café, paquete y medio de cigarrillos, cuatro copas de champán, doce globos de óxido nitroso, tres líneas de cocaína y cuatro galletas de cannabis. En todo caso, la posición de Ken Goffman respecto a las drogas, algo central al reflexionar sobre las distintas contraculturas, es muy cauta. Avisa el autro de sus peligros y con respecto a la cocaína muestra una preocupación más subrayada. Bien es verdad que tras el 11-S la administración del presidente Bush no está para muchas bromas, y éste es un libro con voluntad de bestseller. Este volumen tiene dos grandes aciertos. Por una parte, su esfuerzo por situar la vida de las personas en el contexto de los legados culturales -o contraculturales- que organizan y estructuran aquéllas. Por otra, el profundo conocimiento que hace gala de las distintas culturas y subculturas que pueblan el complejo mundo actual. Bien es cierto que este gran esfuerzo urbanizador llevado a cabo por Ken Goffman tiene su epicentro en la cultura anglosajona, pero en todo caso irradia información de gran utilidad para quien quiera estar bien documentado en esta era de lo digital. Que el término cultura tenga una aplicación casi ilimitada, dado que inicialmente se puede aplicar a todo lo que es producido por el ser humano, plantea serios problemas a su concepto opuesto: la contracultura. De ahí se desprende una debilidad conceptual que no puede sino afectar en mayor o menor medida a la revisión histórica que lleva a cabo Ken Goffman, pero eso no disminuye el valor de este repaso a formas minoritarias de entender la existencia, su filosofía, sus valores estéticos, morales y, desde luego, su consideración de la muerte.