Sus páginas no nos permitirán enterarnos de lo que sucedió en Europa del Este entre 1935 y la caída del comunismo, pero a cambio no contribuyen al falseamiento que había (y sigue habiendo) sobre ese periodo. Agota Kristof puede fracasar aquí como narradora, animadora, socióloga o filósofa, sin dejar por ello de triunfar como artista. Su falta de glamour es el antídoto perfecto para huir de la pompa con que muchos autores nos cuentan sus tristes y desoladas existencias.