"Hubo un tiempo en que había quien se declaraba apátrida, como una forma de compromiso con la humanidad y el resto de los seres de este rincón del universo. Ser apátrida no era una fuga ni un refugio en la neutralidad. Era una forma de deserción y de combate: de deserción de las patrias y de combate por un mundo común, por el mundo de los lugares donde vivir y no por el mundo de los Estados asesinos. Ser apátrida es declarar que la historia de los países no es la nuestra, sino que siempre se ha construido contra nosotros".